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EL CÉSPED Y EL ÁRBOL 



No es la primera vez que uso este ejemplo, pero no me resisto a aludir a él porque creo que es una metáfora muy clarificadora de cara a entender mejor qué modelo de felicidad es el ideal a construir el pensamiento crítico desde el buen uso. Podemos elegir la felicidad del césped o la felicidad del árbol. El césped tiene muchas ventajas, estéticamente es muy bonito y si nos tumbamos sobre él notaremos su comodidad. Además crece con mucha facilidad, no necesitamos esperar mucho tiempo para poder disfrutarlo. Se planta, se riega un poco a diario y crece, es una planta muy agradecida, pero tiene una serie de inconvenientes que es necesario tener en cuenta: posee una raíz frágil, poco profunda, de modo que cualquiera que dé un pequeño tirón puede arrancarlo sin apenas esfuerzo; necesita un cuidado diario y es relativamente delicado; sufre mucho con los cambios meteorológicos, será el primero en secarse si no tiene agua o en pudrirse con una lluvia intensa y persistente; además, la facilidad con la que crece es la misma que con la que muere, cualquier acontecimiento puede afectar a su quebradiza estructura.

El árbol es todo lo contrario. Su semilla tarda mucho en germinar y necesitamos años para poder disfrutar de su sombra. Crece a su ritmo, no tiene prisa por demostrar la belleza de sus ramas y de sus hojas, sino más bien por asegurarse un tronco y, sobre todo, unas raíces que le permitan enfrentarse a la vida sin miedo. No necesita grandes cuidados, apenas un poco de agua al principio, pero después sus raíces serán las que busquen el alimento, las que profundicen, las que tengan que apañárselas para sujetar el resto del tronco. Frente al césped, el árbol no tendrá problemas con los cambios meteorológicos y no temerá a las grandes tormentas. Al tener un tronco fuerte, las tempestades podrán partirles algunas ramas o hacer que sus hojas se caigan, pero el árbol seguirá siendo árbol.

Este, cuando su tronco empieza a fortalecerse, apenas necesita muchos cuidados, es capaz de seguir creciendo sin mucha ayuda. Una vez que alcanza su madurez en ese proceso lento, será capaz de dar sombra a las personas que se acerquen a su tronco y de dar cobijo a otros animales en sus ramas, dejando que otros construyan sus nidos y se refugien de las tormentas y del sol bajo sus hojas.

Como dijimos al principio, aprender a ser feliz, al igual que pensar de manera crítica y tener una buena higiene mental, lleva su tiempo, y en la sociedad del instante, de lo rápido, de la turbotemporalidad, de la recompensa inmediata, existen muchas personas que han elegido, casi sin darse cuenta, convertirse en césped. Una planta que crece rápido y que por fuera presenta un verde intenso y un tacto suave y agradable, pero que está expuesta a todas las veleidades de la meteorología y de la acción humana. Un césped que, si bien progresará muy rápido para poder mostrar lo verde de su tallo, sin embargo, tendrá que rodearse de más césped y de otro tipo de plantas, porque un césped solitario no hace jardín.

Creo que el modelo de vida, el de pensamiento y el de felicidad se encaminan cada vez más por el formato césped. Personas que hacen lo que otros hacen, que creen que el concepto de vida y de felicidad es lo que esos otros dicen, y necesitan el refuerzo de todos, pero después, cuando llega el más mínimo inconveniente, unas gotas de lluvia, un sol de justicia un día de verano o una simple pisada, sufren mucho porque no tienen ni la raíz ni el tallo preparados para hacer frente a las adversidades.

Las personas que crecen como el césped son las que más padecen los pequeños detalles de la vida diaria, las minucias de la cotidianidad, porque no saben separar ni valorar adecuadamente lo transcendente de lo superficial. Por contra, el árbol no entrará en crisis existencial porque llueva, haga viento, o alguien decida recostarse en su tronco o refugiarse bajo sus ramas. Solo una catástrofe impedirá que el árbol pueda seguir creciendo.

En el mundo en el que estamos es complicado cultivar árboles porque lleva tiempo y queremos resultados inmediatos. Pero no podemos olvidar que si logramos tener una felicidad enraizada, como la del árbol, no solo seremos felices de manera reposada y segura, sino que además ayudaremos a que las personas que se acerquen a nosotros puedan disfrutar de nuestra sombra, de nuestro tronco, y tengan un lugar donde refugiarse cuando lo necesiten.

A esto hay que sumarle una cosa importante: no se es feliz si uno no es plenamente consciente de su felicidad, si no es una felicidad construida desde uno mismo, reflexionada. Sentirse significa darse cuenta, tener la capacidad de hacer aquello que, según Sócrates, era el ejercicio de sabiduría más complicado de todos los que existían: conocerse a uno mismo. Un niño normal que pasa el día jugando con sus amigos, riéndose, llorando, comiendo con sus padres, divirtiéndose…, a los ojos de un adulto es un niño feliz, y no serían pocos los que se cambiarían por ese niño. Imaginen por un momento lo maravilloso que sería poder volver a la infancia, con esa inocencia, esa falta de rencor, esa carencia de responsabilidades, ese cariño de tus seres queridos…

Pero no se engañen, los niños son felices de la única manera en la que pueden serlo, siendo niños, con la mentalidad infantil y dentro de su comprensión de la felicidad, una felicidad a medida del césped, ligera y frágil. Apenas reflexionan sobre su paradigma de bienestar, pues hablamos de una felicidad muy infantil, como no podría ser de otra manera, que no ha sido lograda ex profeso, que no ha sido conscientemente construida ni meditada. El problema de muchos adultos es que seguimos anclados en esta idea de felicidad pueril, la de no asumir responsabilidades, la de la risa fácil, la de disfrutar del momento sin proyectos de vida autónomos, pero querer cambiarse por la felicidad inconsciente de un infante es un error, porque este modelo de prosperidad es frágil e insustancial.

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© 2022 Claudio Auteri Ternullo

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